Copy and paste

Son las doce y un minuto de este martes 23 de abril que es ya, para ser rigurosos, miércoles 24. Esta tercera entrada del blog la estoy comenzando algunos kilómetros más al norte de lo que terminé la segunda hace dos días. En resumen, y es que crear espectación en este caso resulta algo absurdo, estamos ya desde ayer en Copenhague. Me gustaría no ser desordenado y no atropellarme en mi relato. Por otra parte, más que contar nuestras andanzas por tierras danesas, mi propósito es compartir alguna que otra consideración que no es difícil hacer al presenciar muy de preto (de cerca), que diríamos en Galicia, la sociedad de este país.
Para empezar debo decir que Copenhague es una ciudad grande igual que cualquier otra ciudad grande; si no rascamos, la cáscara es semejante. En cuanto a las diferencias, son las mismas diferencias que puede observar quien, desde Betanzos, pongamos por caso, visita Astorga; de la piedra, al ladrillo. Hasta el asunto del medio millón de bicicletas, si no avanzamos en nuestros pensamientos, puede parecer todo ello no mucho más que una turísitica atracción visual.
Pero, si rascamos debajo de la cáscara, así como debajo de la cáscara de los países de su entorno, descubriremos no poco tiempo de un hacer sensato, muy sensato, y en el que la atención al bien común es un principio muy presente. Quitar un coche y poner una bicicleta no es una anécdota ni una acción para adecuarse a las tendencias healthy de la sociedad. Donde quito un coche y pongo una bicicleta, quito volumen, ruido, polución, sedentarismo, estrés y algunas cosas más, y pongo todas las ventajosas cualidades contrarias. Es cierto que hoy no es difícil conocer muy de cerca una sociedad cualquiera de este planeta a través de los medios de comunicación, pero, sin embargo, muchos representativos pequeños detalles, en ese caso, pasarán del todo desapercibidos. Y es que, a lo largo de una jornada, serán varias las ocasiones en las que algo llame nuestra atención acerca de su muy inteligente y bienintencionada planificación. El discreto pero útil carril que, en el lateral de una escalera, permite empujar más fácilmente nuestra bicicleta y evitar así cargarla sobre nuestro hombro, o la válvula termostática instalada en un radiador (oportuna observación de mi compañero de andanzas danesas), capaz de mantener estable la temperatura en una estancia, son ejemplos de ello.
Todavía tengo pendientes algunas cosas en este blog, entre ellas escribir algunas líneas acerca de la razón de ser de su nombre. El asunto es que acostumbro a encontrar cierto atractivo en los juegos de palabras al elaborar un título y, al mismo tiempo, siempre espero poder transmitir con el una buena parte del mensaje.
En esta ocasión, con la expresión «copiar y pegar» he pretendido abarcar buena parte de la finalidad de este viaje aunque con una consideración necesaria. Copiar, como algo casi inevitable al encontrarnos en una sociedad tan espléndidamente organizada, y pegar como la otra acción por la cual reproducimos en nuestro lugar de origen aquello observado. El inconveniente es que, al igual que sucede en los entornos digitales, el resultado no siempre es el esperado. Aún así, las aplicaciones a veces nos conceden un pequeño menú con opciones de pegado que puede auxiliarnos; el mundo de las personas no siempre es tan amable.
En un tweet, anteayer (estoy descubriendo el tiempo transcurrido desde el inicio de la redacción de esta entrada), me pronunciaba escéptico ante cuánto de lo mucho observado seríamos capaces de pegar al regresar a nuestra tierra. Reconozco que en mí, y en cuanto a este asunto, el escepticismo es permanente. Temo que si cito también en esta tercera entrada a los institucionistas españoles de finales del siglo XIX, se me pueda achacar cierta obsesión al respecto, sin embargo, no quisiera obviar que otras personas antes que yo se mostraron también escépticas. Consideraban que un país no podía cambiarse a golpe de decreto y que el criterio y manera de hacer de los adultos era dificilmente alterable con palabras o hasta con el más excelente ejemplo de conducta. Los institucionistas comenzaron a educar a unos niños y unas niñas de quienes, con el tiempo, sí esperaban que cambiasen substancialmente el país. Las festividades de aquel veraniego sábado del treinta y seis fueron el eficaz medio de interrupción del cambio.
Y a pesar de todo, si analizo mi comportamiento así como el de personas cercanas de mi entorno, aún puedo observar determinación a probar y usar el atajo de teclado Control-V. Si así no fuera, me resultaría difícil encontrar la razón por la que elaboro este blog o expongo mi torpe estilo como cronista en sucesivas transmisiones en directo para el planeta. La etiqueta de entusiasta, sea en el grado que sea, entiendo que un enseñante no debe perderla en momento alguno.
Como es fácil suponer, estas palabras finales de la entrada no las estoy escribiendo como remate de la misma sesión de trabajo en la cual la comencé. Pasan algunos minutos de las doce de la noche del jueves 25, viernes si de nuevo somos rigurosos. Con Pink Floyd en mis orejas me expresaré abiertamente: tengo el portapapeles algo abarrotado ya de propuestas, así que sí, quiero junto al resto de mi comunidad pegar muchas cosas en nuestro entorno y me preocupa poco o nada si seremos o no capaces de ello.

Siempre aprendiendo, saludos!

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